Ni los pies aferrados a la tierra,
ni las manos sujetando el camino,
menos las piernas corriendo distancias
dan cuenta del espacio donde habita la vida.
A ese, no lo agarra nadie.
Ni el deseo concedido,
ni las ganas de atraparlo,
menos el suspiro mirándolo a lo lejos.
Ese espacio, tan cercano y rotundo,
que ni se toca, ni se encasilla, ni se guarda,
que se respira, se sopla y se resbala,
acaba de pasar por donde no vemos.
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