Ni el bullicio de la sordera enajenadora lo impide,
menos la ceguera blindada de ojos cerrados,
tampoco la banalidad vestida de días prestados.
Más tarde, más lejos, más allá,
distanciando su cercanía por decreto,
distrayendo la celeridad del mañana hecho ayer.
Llega por la puerta trasera sin tocar.
Elegantemente invisible dejando visibles estragos.
Mientras la última quimera se borda en piedra derretida.
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